7 de diciembre de 2008

MOVIMIENTO URBANO POPULAR (Espacio-Experiencia)

El presente artículo es un estudio enfocado al Movimiento Urbano Popular, en el cuál se enmarcan algunas de sus características, dentro del texto son localizables aspectos del análisis como son: los actores, las demandas de estos, la forma de acción social y las formas simbólicas de reconocimiento y pertenencia de los actores sociales hacía el movimiento de colonos. Además que el autor toca algunos aspectos sobre la teoría de la movilización de recursos.



Espacio-experiencia: la acción colectiva de cara a la complejidad urbana
Mario Constantino T.
Maestro en Ciencias Sociales. FLACSO-Sede académica de México

Una buena parte de lo que podamos decir acerca de la organización social, de su estructura y de su desarrollo, de su pluralidad, encuentra su refrendo en un espacio determinado que estructura, él mismo, las situaciones que soporta. Así la idea del espacio supone tanto la existencia física de un territorio de adscripción grupal, como la presencia de marcas culturales que doten de señas de identidad/identificación a los colonos.

Introducción.

En los últimos diez años, desde mediados de la década de los ochenta, el paisaje urbano se ha transformado rápidamente. No sólo tiene que ver con un cambio en la disposición espacial de nuestros recuerdos, alterada a raíz de los sismos del 85, o con el hecho indubitable del tránsito silencioso de ciudad a megalópolis. Va más allá de esto. Las transformaciones alcanzan el complejo de interacciones sociales, políticas, económicas y culturales de la Ciudad de México. Es como si la ciudad hubiera amanecido en los noventa, después de los sismos y las movilizaciones sociales post-88, encerrada en un prisma que sólo nos devuelve fragmentos informes que hay que interconectar. El objeto de estas reflexiones es dar cuenta de un fragmento de esa ciudad que ya es otra: intentar ordenar a través de la díada espacio-experiencia las modificaciones suscitadas en la conformación y actuación de una organización del Movimiento Urbano Popular (MUP). Para ello, hemos circunscrito los analizadores específicos que orientan este trabajo a tres elementos: el espacio y sus usos; las marcas culturales del MUP y la organización intragrupal y la construcción de necesidades. Se trata de observar cómo los cambios en la dinámica urbana transforman la orientación de la acción de las organizaciones del MUP frente a las instituciones públicas oferentes de servicios urbanos.




Si bien la experiencia investigativa se reduce al análisis de una organización popular en el Cerro del Judío [1] , hemos optado por presentar los resultados de la investigación bajo la forma de ensayo, con la idea de poner a discusión el encuadre general de la misma.

El espacio y sus usos

En las megalópolis modernas, dado el carácter complejo de las interacciones, la movilidad de un lugar a otro, la hibridación de identidades culturales diversas que portan sus habitantes, dificilmente se puede hablar de una aprehensión total del fenómeno urbano: la ciudad, para sus habitantes, es una experiencia fractal, "si uno la mira desde el interior, desde las prácticas locales cotidianas, ve sólo fragmentos, inmediaciones, sitios fijados por una percepción miope del todo. Desde lejos, parece una masa confusa a la que es difícil aplicar los modelos fabricados por las teorías del orden urbano" [2]. Infinita, la Ciudad de México es casi como la imagen de Dios, está en todas partes y no está totalmente en ninguna. De ahí que su abordaje sea también fractal, acotado por coordenadas socioespaciales, en sus dimensiones material e imaginaria.

En este sentido, las grandes urbes como Ciudad de México, nos colocan en la disyuntiva de utilizar la lógica analítica de una temporalidad unificada o la de explorar las relaciones simultáneas que se dan en un mismo espacio. Aún con un pasado tan fuerte y rico en contrastes como en la capital de México, la trama compleja del presente y la incertidumbre sobre el futuro, disminuyen las condiciones de posibilidad de la experiencia encadenada al tiempo y privilegian las adscripciones, múltiples si, al espacio. O parafraseando a Maffesoli [3], la modernidad se despliega en un tiempo orientado: va a alguna parte, en línea continua de progreso o en cascada discontinua de revoluciones; la experiencia social actual se refugia en el espacio (en un espacio, a decir de Maffesoli, que es tiempo condensado): en el aquí y el ahora, en el presente, en los objetos más que en los proyectos. Así, no va a ninguna parte en particular aunque puede ir a cualquier parte.

A nuestro parecer, una buena parte de lo que podamos decir acerca de la organización social, de su estructura y su desarrollo, de su pluralidad, encuentra su refrendo en un espacio determinado que estructura, él mismo, las situaciones que soporta [4]. Así la idea del espacio supone tanto la existencia física de un territorio de adscripción grupal, como la presencia de marcas culturales que doten de señas de identidad/ identificación a los colonos [5]. Si asumimos la complejidad urbana de la Ciudad de México suponemos que la experiencia de habitarla, de transitarla, está mediada por las posibilidades de control que sobre el entorno tenga el colono, y ella se reduce normalmente al espacio inmediato, el medio físico que cotidianamente le rodea (la calle, la cuadra, el barrio) y el medio imaginario donde es posible encontrar códigos, valores, pautas de sentido, que lo adscriben a un Nosotros que le permite estructurar la identidad, la mismidad, la diferencia [6].

En este sentido, cada espacio es una unidad compleja que conecta lo material con lo imaginado e imaginario. Cada espacio es un campo donde los individuos se relacionan de forma diferenciada con los elementos materiales y simbólicos, conforme el baggage cultural que portan y la posición que ocupan en el sistema de relaciones sociales en que se desarrolla [7].

De este modo una de las premisas para la comprensión de las organizaciones sociales del MUP, sus formas de acción e interacción, es el reconocimiento de los modos en que se apropian del espacio, tanto en su dimensión física como imaginaria. El vínculo que como individuos y grupos [8] puedan formar en torno al espacio que ocupan y construyen define, a nuestro parecer, los modos en que se vive el presente en la relación imaginaria con la entidad nacional; en el vínculo con los otros que participan en la organización y en la práctica de interacción con las instituciones públicas oferentes de servicios urbanos que portan, también, una imagen del uso y apropiación del espacio [9]. En este sentido, la espacialidad de las relaciones comporta la definición de las redes de poder que operan tanto a nivel intragrupal como en la interacción con otras organizaciones o instituciones públicas [10].

Si bien en el Cerro del Judío la ocupación física del espacio aparece poco problematizada al seno de la organización de colonos, es indudable que el carácter "ilegal" que revistió en los primeros tiempos (1964-1973) definió ampliamente las modalidades de interacción entre colonos y, al mismo tiempo, las características de la interacción con las autoridades. Es significativo que en las entrevistas realizadas, los elementos de cohesión interna fueran aquellos con los que las autoridades definían a los pobladores: ser pobres, ser ilegales, carecer de servicios, estar al margen de la ley. Estos identificadores, que coadyuvaron al re-conocimiento de los colonos, a la solidaridad que da la igualdad de condiciones, fueron al mismo tiempo los que marcaron la pauta de interacción con las autoridades del DDF; ésta se caracterizó por la total falta de atención a las demandas -regularización, dotación de servicios- y por el hostigamiento. Empero, conforme los colonos abandonaron los esquemas de intermediación, señaladamente el comisariado ejidal, y constituyeron un espacio de expresión propio pudieron modificar su posición en el espacio de poder al tiempo que redefinir sus necesidades, cuya orientación fue crecientemente localista. Había pues un anclaje simbólico en el que todos se reconocían y por el cual el mejoramiento del entorno inmediato se convirtió en la premisa de negociación; esto es, conforme se fue dotando de significado a la presencia física de los colonos, el uso del espacio fue retrayéndose al ámbito de lo inmediato, de lo circundante.

En este mismo sentido, el acotamiento a lo local posibilitó una mayor identificación entre los colonos. No sólo tenía que ver con el hecho de ocupar el mismo sitio, sino también con que la interacción en espacios acotados coadyuvó a la constitución de redes de solidaridad y afectividad profundas que, a su vez, configuraron un "espacio instituido de significado" relativamente común a todos.

Vista en esta perspectiva, la espacialidad es una "forma" que se modula de diversas maneras. Así, este pivote territorial puede ser un lugar sagrado, un lugar de intercambio, un lugar de poder, un lugar de estar juntos sin más; en síntesis, una superficie de lo social cuya especificidad está dada por los sentidos con que es dotada: aquello que nosotros hemos denominado las marcas culturales del eje territorio-experiencia en la organización social de los MUP.

Las marcas culturales en las organizaciones sociales del MUP

De la investigación realizada en el Cerro del Judío podemos derivar que la ocupación física del espacio sólo alcanza tal circunstancia cuando ha sido ritualizada, esto es, cuando éste ha sido marcado culturalmente, reconocido y habitado en su variada y rica simbología. Ello implica que el espacio de la organización de los MUP, así como su reproducción dependen fundamentalmente del umbral a partir del cual los colonos se reconocen en él, el horizonte en el cual puede definirse la relación de "Yo y mi entorno" [11]. En el caso del Cerro del Judío, las marcas culturales que los colonos imputaron tienen que ver primero con las áreas comunes a todos: andadores, calles empedradas, lo laberíntico del trazo de la colonia. Después siguen aquellos espacios que consiguieron mediante movilizaciones o negociaciones: el centro de desarrollo infantil, por ejemplo. Cada uno de estos sitios ha devenido un símbolo de autoafirmación de los colonos, cada uno condensa en esos espacios la memoria de la colonia, de la organización y de cada uno de los colonos.

Este hecho apela a la existencia de ciertos códigos, remembranzas, sobreentendidos, nombres propios sobrepuestos a los oficiales, emblemas que constituyen los lugares de formación del discurso cotidiano: los signos de reconocimiento que permiten la interacción comunicativa; en síntesis, la existencia de una memoria colectiva [12]. Nos parece que estas marcas culturales, que a la sazón generan identidad e identificaciones [13], se hacen presentes en las organizaciones sociales de los MUP y de su mayor o menor consistencia depende, con mucho, la posibilidad de autonomía en relación a otros discursos o a otras modalidades de organizar el territorio y construir la socialidad. Esto es, de su capacidad de cohesión, historicidad y reconocimiento depende el hecho de su diferenciación respecto a las imágenes de cohesión, historicidad y reconocimiento que desde las instituciones públicas o desde otros grupos y organizaciones sociales se realizan [14].

La ritualización de las marcas culturales pasa por múltiples mediaciones cotidianas; estas pueden referirse directamente a una práctica litúrgica, a una consigna, a los nombres con que se identifica el espacio ocupado, hasta llegar al arquetipo impuesto por los otros. Estas marcas, ritualizadas en la cotidianidad, constituyen la argamasa que posibilita la vida en grupo, que distingue y abre paso a la interacción y la definición de las necesidades. Tal como lo señalaban algunos entrevistados, la importancia que tuvo la imputación de pobres e ilegales con que los nombraban las autoridades fueron elementos cohesionadores en el seno de la colonia. Asimismo, la identificación de problemas comunes -matriz de la demanda- y la paulatina adquisición de "rostro y voz" [15] posibilitaron la conformación de una organización propia para interactuar con las instituciones públicas oferentes de servicios urbanos.

En este sentido, es a partir de la relación entre espacio y experiencia cómo se constituye lo que denominamos la comunidad, el grupo social que comparte algo más que la simple vecindad geográfica. Esta, a la luz de esos elementos, es una unidad cultural autoreferente que a través de la socialidad electiva va constituyendo los lazos "profundos" que posibilitan el estar juntos: el compartir la experiencia del otro, el saberse parte de formas de vida semejantes, el re-conocerse en hábitos, costumbres, giros expresivos, historias, necesidades, posibilita la comunicación y, a partir de ella, la interacción. Es esto lo que nos permite hablar de una matriz de base que vivifica y engloba al conjunto de la vida de todos los días. Así, la comunidad constituye el nivel inferior de la acción colectiva, es aquello que por rutinario posibilita la reproducción social del grupo en cuanto tal. Cabe hacer la anotación de que el hecho de compartir el imaginario comunitario no supone en modo alguno homogeneidad; precisamente una de sus características es la diferenciación interna, que puede posibilitar la homologación tanto como el conflicto.

Empero, la presencia de la comunidad, fundada en el eje territorio-experiencia (el espacio y las marcas culturales) por sí sola no agota la explicación sobre las condiciones de existencia de una organización social y las matrices de origen de la acción colectiva. Es necesario explorar el ámbito de las interacciones grupales para la construcción de las necesidades.

Las interacciones grupales y la construcción de necesidades

En la constitución de las acciones colectivas, un peso importante recae en dos elementos: la forma en que surgen y se desarrollan las interacciones grupales, y la forma en que se constituyen las necesidades.

Respecto a la forma en que se constituyen y se desarrollan las interacciones grupales sabemos que las organizaciones sociales del MUP no son homogéneas, esto es, que la premisa de constitución es el juego de las diferencias entre los individuos que participan en ellas. Para el caso del Cerro del Judío, encontramos que la diferenciación interna de la comunidad no ha menoscabado el trabajo de la organización popular. Al parecer, el hecho que la organización se haya diferenciado internamente, que abriera nuevas áreas de trabajo para atender las necesidades de la colonia, supuso mantener y en algunos casos ampliar la cohesión de la comunidad, pues al diferenciarse la estructura de necesidades se especializó correlativamente la participación en la organización, ampliando los márgenes de interacción básica. Como señalaba una de las entrevistadas:

"Si bien no todos le entraron a la pelea por la regularización y entrega de escrituras -muchos ya las tenían-, también participaban en actividades de la organización... por ejemplo las compañeras tenían un trabajo muy importante en la guardería y muchos de los compañeros le entraban con ganas a los talleres que habíamos creado para capacitar... entonces, no se zafaron, mas trabajaron (SIC) en beneficio de la colonia, eso sí hay que reconocerlo..." [16]
En este contexto, el problema de la diferenciación interna de las organizaciones sociales nos situa en el análisis de dos componentes de la acción colectiva: la subjetividad y la grupalidad. El primer componente nos coloca en el plano de las condiciones en que los individuos asumen, en la diversidad, el vínculo grupal. El segundo, nos coloca en la problemática de la permanencia de la cohesión en la diferencia [17]. Desde la perspectiva de los colonos de Cerro del Judío, la subjetividad o solidaridad instrumental más que un obstáculo, constituyó la posibilidad de reproducción y ampliación de las áreas de trabajo de la organización, particularmente en los periodos en que el vínculo con las instituciones públicas fue limitado a apoyos para mejoras superficiales de la colonia. De este modo, la subjetividad mantuvo activa a la organización popular, al centrar el trabajo en la educación callejera y la organización de teatro popular. Desde la perspectiva de la cohesión grupal es indudable que al especializarse las funciones en la organización se coadyuvó a canalizar la diferenciación interna de la comunidad, pues la mayoría de los entrevistados encontraron algún elemento de referencia con la comunidad, algún interés compartido con todos.

Como puede deducirse del planteamiento anterior, tanto la subjetividad como la grupalidad remiten a la cuestión del vínculo primario de toda organización social: la solidaridad [18]. Entendida en su doble manifestación de valor e instrumento de la acción colectiva, da cuenta de las condiciones en las cuales se genera vínculo grupal y cohesión en la diferencia. Si el análisis se realiza desde el individuo, la solidaridad connota un carácter decisional en el que se ve involucrado un cálculo de costo- beneficio por medio del cual el sujeto adhiere su acción con otros para alcanzar un objetivo común. Este tipo de solidaridad es efímera, pues agotado el objetivo el vínculo se diluye para dar paso a una nueva interacción. Si el análisis se realiza desde el grupo, la solidaridad se presenta como un valor en sí mismo, como un prerrequisito de la interacción y de la formulación de objetivos; en este sentido la solidaridad se presenta como un mito del cual se participa, y que antecede a la presentación del sujeto en la acción [19].

De lo anterior se deriva un elemento central, y paradójico, de la acción colectiva que sería pertinente tener en cuenta: en la lógica de la interacción grupal, fundada en formas específicas de solidaridad, se pertenece por entero a determinado lugar, pero nunca de manera definitiva. Las derivaciones de esta afirmación inciden en la forma en que se estructuran los vínculos con las instituciones oferentes de servicios básicos, en la fuerza de las demandas enarboladas, y en la respuesta misma de las instituciones. En el caso del Cerro del Judío, la diferenciación de la organización popular generó demandas que por la autoreferencialidad que connotaban podían solucionarse sin intervención de las autoridades; a partir de ahí se establecía una escala de necesidades y se estructuraba el carácter de la acción que se desarrollaría para su satisfacción. De esta manera, a decir de los entrevistados, siempre hubo márgenes de participación en los cuales cada colono definía su incorporación o no a la movilización propuesta. Solidaridad como valor o como instrumento.

No queda duda que en la interacción grupal de los MUP están presentes una y otra modalidad de solidaridad. Sea en calidad de apoyo efímero, o como práctica ritualizada que posibilita el estar juntos, la solidaridad se presenta a los ojos del investigador como elemento interaccional, sea en el plano comunicativo o en plano simbólico. Pero, además, la solidaridad en tanto que expresión de la grupalidad, deriva en el elemento a partir del cual es posible pasar de la necesidad física (base de identificación comunitaria) a la necesidad social (premisa de la organización social). En este sentido, la presencia de demandas articuladas no sólo habla de la existencia de una organización capaz de jerarquizarlas y trasladarlas al ámbito de las instituciones públicas, sino que remite a la idea según la cual la demanda es también un indicador de competencia sociocultural y de identificación grupal.

Efectivamente, la constitución de la organización popular en el Cerro del Judío está acompañada de un proceso paralelo en el los colonos van adquiriendo "rostro y voz", van asumiendo en términos imaginarios la posibilidad de constituirse como grupo distinto de los otros. Desde el momento de ocupación de los predios en el viejo ejido de San Bernabé Oxcotepec hasta la conformación e institucionalización de la organización popular, los colonos van construyendo su mundo "instituido de significado" al cual se adscriben y los dota de señas de identidad. El elemento clave de este proceso es la homologación de necesidades, pues es a través de estas que se descubren las coincidencias, las afinidades, los afectos. Muchos de los entrevistados señalaron que el principio de todo fue "saberse iguales", "tener los mismos problemas", "ayudarse en las cosas de todos los días". A partir de este reconocimiento, fue posible articular las necesidades en demandas y dotarlas de la capacidad de movilización que la existencia de la organización - el rostro y la voz propios de la comunidad- podía implicar.
De este modo, en el momento en que los individuos han generado cierto nivel de homologación en cuanto a lo que se comparte en el estar-juntos, en el momento en que han constituido una comunidad, instituyen un sistema de necesidades sociales que requiere de una instancia que posibilite su comunicabilidad en términos de opinión pública [20], para ello se pasa a la organización, como espacio donde las necesidades sociales devienen demandas jerarquizadas y homologables en el espacio amplio de la sociedad. Precisamente es esta condición de homologación la que posibilita constituir la necesidad social en demanda y, en tanto que tal, en vínculo institucional con autoridades oferentes de servicios públicos.

La organización popular opera como ordenador y ejecutor de decisiones previamente compartidas en el espacio de la comunidad; esto es, la organización es el nivel de publicitación a través del cual los colonos externan al sistema político-administrativo los requerimientos mínimos de operación en sociedad [21]. De este modo, la organización es un nivel de interacción social más complejo, que se establece con propósitos definidos en perspectiva (por ejemplo, conseguir servicios básicos en las colonias populares), y que tiene como rasgos particulares el establecimiento de un sistema de autoayuda (corresponsabilidad), derivado de la condición de semejanza existente a nivel de la comunidad y que posibilita perseguir intereses comunes o afrontar problemas compartidos. El carácter mismo de la organización, como instancia de segundo orden en la constitución de la grupalidad, permite la existencia de una membrecía fluctuante: el compromiso hacia los objetivos de la organización por parte de los individuos o la comunidad pueden agotarse en el momento en que este es satisfecho. Opera, podríamos decirlo, la solidaridad como instrumento, como resultado de una decisión que involucra un cálculo de costo-beneficio. Mientras que la solidaridad como valor es más común a nivel de la comunidad.
Recapitulación y prospectiva

En estas reflexiones generales sobre la organización popular en el Cerro del Judío, encontramos algunos elementos que nos permiten señalar las características de la acción colectiva en el marco de la complejidad urbana.

El hecho de que la acción colectiva tenga una estructura "segmentada, reticular y policéfala" [22], tal como hemos intentado establecer aquí, donde la solidaridad es el único recurso disponible para competir por los recursos escasos, impone cuestionamientos novedosos a las formas de acción de las organizaciones sociales del MUP. Dado que estas reflexiones están fundadas en resultados parciales de una investigación, quisiéramos señalar sólo dos de ellos.

Frente a la complejidad urbana, la acción colectiva de los colonos del Cerro del Judío ha privilegiado los contenidos locales de las demandas en detrimento de aquellos que los enlazaban a movilizaciones sociales más amplias. La ocupación total del espacio, en sus dimensiones material e imaginaria, que hemos explorado en estas páginas nos habla de una creciente preocupación por mejorar el entorno inmediato. Este proceso parece apuntar a un doble objetivo: de una parte, señala las expectativas de mejoría en la calidad de vida de los colonos; del otro, apunta a la creación de un mundo instituido de significado en el cual los colonos tengan un referente; esto es, opera como espacio de certezas donde se reproduce cotidianamente la sociedad y la socialidad, donde el anonimato urbano se diluye para dar paso a la identidad y la identificación.

El hecho de que se observen cambios en el tipo de demanda (localizadas, expresivas, de corto plazo) y que estos hayan posibilitado modificaciones en su formulación y politicidad, nos sugiere un proceso de creciente pragmatismo en la relacionalidad de las organizaciones sociales en detrimento de los contenidos ideológicos con los que había operado años antes. En el Cerro del Judío, al no haber ahora una imagen de futuro vinculada a una sociedad alternativa, con contenidos conflictuales en su consecución, la formulación de expectativas se orienta a buscar la solución en términos propositivos, lo que abre la posibilidad de la negociación o, en otras palabras, de reducir la complejidad de un entorno cambiante. Por otra parte, si efectivamente el pragmatismo es la divisa de las interacciones creadas desde las organizaciones sociales, como en el caso de los colonos del Cerro del Judío, es importante saber cuáles son los impactos que esto tiene en la estructura de las relaciones clientelares o en las prácticas corporativas, ambas signadas por intercambios asimétricos en favor de las instituciones.

Por último, debemos señalar que la ciudad herida por la fragmentación y la complejización murió. El problema es qué hacer con un cadáver tan lleno de mundo.

Notas
1. En el recuento de la historia de la colonia popular Cerro del Judío, que arranca en 1940, las constantes en la interacción de los colonos con las instituciones públicas han sido el conflicto y la negociación. La posibilidad de analizar y evaluar ambas modalidades de interacción con un alter institucionalizado, en un mismo espacio, nos ha permitido distinguir con mayor claridad el modo en que operan los elementos simbólicos en la construcción de las relaciones entre colonos y autoridades, a la luz de las transformaciones materiales y simbólicas operadas en el seno de la organización popular y, especialmente, entre sus militantes.
2. Cfr. García Canclini, Néstor, "México: la..., op. cit. p.7
3. Cfr. Maffesoli, Michel, Le temps des tribus, Paris, Méridiens-Klinksieck, 1988.
4. Utilizamos la metáfora de la performatividad para señalar que, en el marco de las sociedades complejas, el lugar donde se produce y reproduce sociedad y socialidad, es sólo el de la puesta en escena de una interacción. Si ella adquiere visos de perdurabilidad [la arquitectura] o es simbólica [el recuerdo], es en tanto que premisa de la formación de una identificación que, de devenir central [el mito] será la argamasa para la existencia del grupo, la "sensación" del estar juntos.
5. Cfr. Silva, Armando, Imaginarios Urbanos. Bogotá y Sao Paulo: Cultura y Comunicación urbana en América Latina, Bogotá, Tercer mundo editores, 1992, 293 pp. Al desarrollar la importancia del espacio [el territorio] el autor señala que: "nombrar el territorio es asumirlo en una extensión lingüística e imaginaria; en tanto que recorrerlo, pisándolo, marcándolo en una u otra forma, es darle entidad física que se conjuga, por supuesto, con el acto denominativo. (...) Es la representación de la ciudad o parte de ella, donde la "puesta en escena" de una representación nos devuelve el foco desde dónde y cómo se mira el territorio" (pp. 48-49).
6. Un balance de la investigación realizada en el Cerro del Judío nos permite aseverar que las modalidades que adopta la acción colectiva para satisfacer necesidades están íntimamente ligada a la dimensión espacial que abarca, al carácter localizado o no de la demanda. En el trabajo de campo se pudo observar que paulatinamente las demandas evolucionaban de planteamientos nacionales y abstractos hacia expectativas autorreferenciales en el seno de la comunidad. La mayor parte de los entrevistados señalaron la necesidad de mejorar el entorno inmediato como mecanismo de mejoramiento de la calidad de vida de los colonos, reconociendo que la formulación de demandas de caracter global siempre los había entrampado.
7. Esta postura es la de Pierre Bourdieu, para quien la cultura, el patrimonio cultural representa un capital de orden simbólico que resulta de un proceso social dinámico, desigual y conflictivo. Cfr. Bourdieu, Pierre, Sociología y cultura, CNCA, México, 1990; también véase, La distinción. criterios y bases sociales del gusto, Taurus, Madrid, 1988.
8. Dice Maffesoli: " la ciudad de todos los días, aquella donde se enraízan nuestros afectos se vive como imperfección, sobre todo cuando en ella se apela imaginariamente a una figura mítica donde se realiza armónicamente la pluralidad". Ello implica la necesidad de reconocer la multiplicidad de formas en que se vive la ciudad, para acceder a una pluralidad real, conflictiva, democrática. La puesta en escena de ese reconocimiento nos conduce al problema de la legitimidad. Cfr. Maffesoli, Michel. La conquête du présent, París, PUF, 1979, p.69.Por otra parte la idea de la confluencia entre individuos y grupos se hace en la perspectiva apuntada por Melucci, quién señala lo inadecuado de pensar las acciones colectivas, las movilizaciones sociales en términos exclusivos de individuos agregados (como Olson), o como simples derivaciones de una situación de masa (como el caso de Le Bon o Tardé). A juicio de Melucci, hay un punto intermedio en el que ambos factores confluyen y es el de la pertenencia a redes asociativas y comunitarias donde no se pierde de vista la individualidad. Cfr. Melucci, Alberto, Sistema Politico, Partiti e movimenti sociali, Milano, Feltrinelli Editore, 1979, pp.102-109.
9. Nos interesa destacar aquí la interacción simbólica que atraviesa la relación entre las instituciones oferentes de servicios urbanos y las organizaciones sociales del MUP. No sólo se trata de una relación formal de demanda/solución. En cada una de las interacciones se juega permanentemente la posibilidad de preservar la particularidad, las formas de socialidad que cohesionan al grupo. En este contexto, al significar la dimensión sociocultural de la interacción estamos pensando en las condiciones de inserción en la toma de decisiones de los MUP.
10. La experiencia del estar juntos en la fase de constitución de la colonia popular Cerro del Judío fue un elemento clave en la constitución de la grupalidad entre los colonos. Asimismo, la dimensión imaginaria en la que los colonos se autoadscribían al referir su relación con la colonia -paracaidistas, ocupantes ilegales, entre otras- daba cuenta de un factor de cohesión que era otorgado por las instituciones públicas: el otro que al nombrarlos los identificaba, los dotaba de un espacio en las redes imaginarias del poder.
11. Lo anterior no supone desconocer o negar la presencia de matrices políticas, económicas en toda la extensión de los términos. Implica sí, asumir la parte sombreada, la cara oculta hecha de minúsculas situaciones y prácticas, que es el lugar de la conservación de sí y del grupo.
12. Cfr. Halbwachs, Maurice, La mémoire collective, París, PUF, 1950.
13. Entendemos esta diferencia en el sentido apuntado por Sciolla: la identidad es algo que tiene que ver con la autonomía individual, con la capacidad del sí mismo de diferenciarse de los otros, con la diferenciación de la personalidad respecto del sistema social. La identificación supone la capacidad de integración del individuo al grupo, sea a través de valores compartidos o bien de intereses definidos para desarrollar acciones de corto/mediano plazo.
14. En el caso del Centro de desarrollo infantil, cabe destacar que al tiempo que es una marca cultural es también un indicador de expectativas de mejoramiento de la calidad de vida. En ese sentido, no sólo es un fragmento de memoria colectiva de lucha, sino que también define una orientación novedosa en la demanda de los colonos; aquella que tiene que ver con el aumento de su competencia sociocultural, entendida como la posibilidad de generar nuevas necesidades y formular nuevas demandas conforme se van obteniendo satisfactores básicos. En este segmento influyen sin lugar a dudas la escolaridad y los medios de comunicación.
15. El recorrido de los colonos desde su condición de ilegales hasta su autoafirmación como ciudadanos pasa por la evolución de un sistema de imputaciones de sentido con que las autoridades van definiendo las reglas de interacción. Cada fase del proceso de imputación de sentido va acompañado de una operación fantasmática por la cual se explica a nivel simbólico la autorreferencia de los colonos. El camino va desde la fase de ilegales/invisibles, en que los colonos no son considerados sujetos de derecho; después son sólo pobres/visibles, y por lo tanto sujetos de la acción gubernamental aunque sin posibilidades de presionar; por último, al regularizarse la tenencia de la tierra, devienen ciudadanos/voz y rostro propios, con plenas garantías para el ejercicio de derechos. El proceso por el cual los colonos se referían a sí mismos como invisibles, visibles sin voz y rostro y voz propios se obtuvo a partir de buscar las asociaciones que cada uno de los entrevistados hacia sobre la condición ilegal, pobre y ciudadano.
16. Trabajadora del sector servicios, 50 años.
17. Es indudable que las investigaciones relativas al MUP que predominaron hasta mediados de la década de los ochenta, daban por sentada la presencia de la cohesión grupal en la acción colectiva. Había una suerte de determinismo estructural (la adscripción de clase) que hacía innecesaria la problematización de la cohesión interna. A nuestro parecer, una de las razones por las cuales la movilización social urbana posterior a 1985 dejo literalmente pasmados a los investigadores se deriva de esta premisa.
18. Retomamos aquí los planteamientos desarrollados por Paolo Natale relativos a las formas y finalidades de la acción solidaria. Cfr. Formas y finalidades de la acción solidaria, mimeo, s/f, 31 pp.
19. De alguna manera es lo que Durand llama la potencia de impersonalidad, por medio de la cual el sujeto queda referido al grupo y donde el objetivo es la trascendencia del grupo en el tiempo. Cfr. Durand, Gilbert, les estructures anthropologiques de l'imaginaire, París, Denoel, 1979.
20. Para un desarrollo más extenso sobre las cuestiones de publicidad, de distinción entre lo público y lo privado, Cfr. Habermas, Jürgen. Historia y crítica de la opinión pública, Barcelona, Ed. Gustavo Gili, 1981, 351 pp. El texto detalla la evolución de lo público a lo largo de la historia y sus contradicciones dialécticas con el espacio privado. Es clave para la comprensión de los fenómenos comunicacionales contemporáneos.
21.Cfr. Luhman, Niklas y Raffaele de Georgi, Teoría de la sociedad, México, Coed. UIA/ITESO/U de Guadalajara, p.372. Los autores señalan: "Si se quiere determinar la función de las organizaciones en la construcción de una sociedad funcionalmente diferenciada, es necesario tener presente que las organizaciones son los únicos sistemas sociales que se pueden comunicar con los sistemas de su entorno (...) ya sea que estas organizaciones ... se atribuyan la premisa de desempeñar el rol de portavoz, como las asociaciones de patrones o de trabajadores que presumen hablar en favor de la economía".
22.Cfr. Melucci, Alberto, L'invenzione del presente. Movimenti, identitá, bisogni colletivi, Bologna, Societa editrice il mulino, 1982, p.162

Fuente:
http://www-azc.uam.mx/publicaciones/cotidiano/68/doc5.html

Enviado por: Raisa Quetzalli Acacio Palapa

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